El niño
desde su pre-adolescencia se dedicó a clavar clavos sobre una tabla de madera.
Al llegar a
su madurez se presentó la oportunidad poner en juicio su vocación y para ello
debió presentarse frente a un maestro.
Al llegar
al clímax de su destino, el joven adulto entregó su trabajo y humildemente
esperó la devolución del sabio, esperando sus elogios:
-Es un buen
trabajo el que hiciste con esta madera, tu técnica para clavar clavos es de las
mejores que he visto…
-Gracias,
señor…
-Pero estás
desaprobado.
-¿Por qué?,
clavé el clavo sobre la madera de forma perfecta e indiscutible… toda mi
infancia fue prepararme para este momento, ¡sufrir y trabajar hasta el
cansancio! Trasmuté las fibras y forjé el metal, soy la sutileza del golpe y la
danza del martillo… Fue perfecta mi obra.
-Si, pero
esa madera es roble.
El joven se
retiró del castillo, silencioso como el sueño de un arácnido. Al llegar a su
taller lloró desconsoladamente, hasta convertirse en árbol.