2 de agosto de 2013

Fragmentos: mañana

Nubes rojas se dilatan por la arena, toda cotidianeidad es el infierno. La noche carga ladrillos mientras el día mezcla dolores matutinos. ¿Quién puede elegir? ¿Qué es elegir?
 El que no come, no bebe, ni tiembla, ni duerme, ni siquiera siente el tiempo pasar: es acaso llamado “inmortal”. Si me dan la opción mágica del pasado, presente o futuro, la elección debe ser la felicidad dentro de la agonía. Puesto que cualquier infame se regocija con su par en primavera.
Por eso hoy me doy cuenta que prefiero dormir en una cama de clavos con vos, para entender el dolor y reírnos juntos. Así arrastre toda la vida mis paredes.

Aunque me fuercen yo nunca voy a decir
que todo tiempo por pasado fue mejor

mañana es mejor

Fragmentos: hoy

Lo quiero con azúcar

Caminaba por ahí, abrazando pliegues y soledades, con los ojos mirando al oscuro cuando de repente me encuentro sentado en un banquito, gris, gris como el gris ideal, el gris que equilibra la balanza. La habitación era cúbica y gris, gris azulado, la sensación de des-saturación era perfectamente irreal, pero aún así me sentí como tortuga vieja en aguas cálidas ya transitadas. A mi izquierda una puerta, marrón, gris marrón, gris madera barata. Procedo a mirar el piso, gris azul y al levantar la cabeza veo a una señora, consideré que ella necesitaba una responsabilidad cual esclavo gris se prepara para la orden de su Satán:
-Quiero te.
Veo como la anciana se va por la puerta y al rato me trae el te. Miro la taza, era te común, tomo un sorbo y me invade la repugnancia. Era edulcorante. Violentamente levanto la cabeza y la mujer ya no estaba.
-Detesto el edulcorante, ¡lo quiero con azúcar!
Mi cansancio ya se transmutaba en tedio histérico, pero ya era otro día.
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De repente me encuentro parado en la habitación, la misma que ayer, pero ahora sentado en el banquito gris están Débil y Lucidez. Débil lleva puesta una túnica bordó, con una guarda amarilla al estilo Maya, Lucidez estaba como siempre. Miro al piso unos segundos y cuando vuelvo a componer el cuadro anterior, aparece la vieja al lado de Lucidez y este procede:
-Quiero un te por favor.
-No, no pidas te, tiene edulcorante -regaño con toda razón-.
La vieja se va por la puerta gris marrón barata.
-¡No se porqué pediste te, no tiene azúcar!
Mi tedio se violentaba y la vieja aparece con dos tazones de gelatina roja: uno para L y otro para D.
-Eso no es te, es gelatina –afirmo-.
-Esto no es gelatina, no tiene consistencia de gelatina -dice L al mecer el tazón y observar el movimiento plasmático de la gelatina-.
Mientras D tomaba la gelatina, yo me olvidaba de la realidad para seguir la otra rutina.
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Mientras el cuerpo no sabe de su debilidad, la mente lo prevé, pero la rutina sigue en las dos realidades. Ahora me encuentro entre ambas: veo viejas gelatinas, tortugas en las universidades y tes en los gimnasios. Y me irrita vivir con la molestia de saber que la vida es un gris que no pretende ningún oscilamiento binario; que todo está colmado de banquitos y cubos, cubos uno al lado del otro, arriba del otro, abajo del otro, adentro del otro. Que dentro de los cubos estoy yo, también hay algún L y algún D, muchos A, E, M, C y N y el resto del abecedario, repetido tantas veces que ningún finito podría contabilizar. Y sobre todo, estos mundos me molestan de forma indivisible porque te aíslan de la esencia, generan al burgués de rutina, des-saturan hombres caligráficos y dan te con edulcorante mientras yo lo quiero con azúcar.
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Lo quiero con azúcar

Mi mente es un hexaedro regular, formal y perfecto, ni una arista despintada. Su color es gris uniforme, no hace la guerra ni la paz.

Mi hexaedro tiene a una anciana ideal, no habla y sirve te. Es silenciosa y fantasmal, delicada como una abuela.

Mi te tiene edulcorante, no se porqué mi te no tiene azúcar. El edulcorante quiere imitar un dulzor simétrico, pero no es azúcar.

Mi edulcorante es insípido, como mi te.

Mi te es pobre, al igual que mi hexaedro.

Mi hexaedro es poco creativo, por ser mi mente.


Mi mente es una rutina, parecida al infinito.

Fragmentos: ayer

Me pregunta qué vamos a apostar, mientras yo rajo la baraja al medio.
-Humildad.
-Que sea la humildad entonces.
Lentamente me da las tres cartas, veo, soy mano.
-Tomá, te la dejo gratis esta.
De inmediato un cinco de copas hace temer al tanto del oponente. Especula y juega.
-No te lo canto. ¡Mato y voy!
Con dos caballos rápidos, veo mis posibilidades, me queda solo mentir.
-A caballo eh… ¡truco!.
Un dos de basto mío terminara su trote, se asusta fácil, soy muy bueno para descifrar.
-Quiero.
Siento que el sabor amargo mientras juego mis dos palos debajo de una sota sedienta. Veo en sus ojos el placer de ganarme, pero yo ya había perdido la humildad.
-Siguiente.                                                                                                 
Me dice luciendo su ancho de basto.

El crepúsculo no dura mucho. Se pone interesante.

Guardo las cartas latentes en su mazo.
-Ahora barajo yo, Tristeza será esta vez.
-Como vos quieras.
Sin oponerse, corta confiada. Reparto con elegancia y levanto, flor de copas, uno, dos y tres.
-Jugá dale.
Ignora mi apuro. Ve su mano y amenaza.
-¡Envido!
-Flor por atrev…
-¡No jugamos con jardinera!
-Si, es parte del juego.
-Es una ventaja artificial, repentina.
-Si, pero es suerte.
Se calla, le nace una expresión característica en su boca, refleja inconformidad, juega un dos de oro. No me puede inmutar.
-Andate, vas a perder cinco.
-Jugá y callate.
-¡Flor y truco!
-¡Quiero!
Mato a su dos con mi tres y juego mi dos restante. Ya perdió. Gané la tristeza. Muestro la flor.

La mesa era cálida, grande, linda madera, ella relucía siempre, pero más cuando los últimos rayos del sol golpeaban de espalda a su pelo, lo peinaba mucho, tal vez eso y el tango, seguro, me dejó como regalo espectral.

-Última mano
La escuché decir. La combinación del sonido de esa frase con la de ver sus manos torpes intentando mezclar, me violentaba a apostarlo todo e impulsivamente miro sus ojos sin prestar atención y procedo a exigir.
-Amor.
Sigue mezclando, lamentablemente no vi la mueca de su rostro, yo estaba concentrado en el juego, excitado. Lleva su mano izquierda cargada hacia mi corazón, corto y empieza.
Entre el silencio visual contemplo mi mano. La primera carta ante mis ojos: el rey de espadas, mi favorita, seguidas del dos de copas y del tres de copas, parecen estar atados a mí. Primer movimiento, sacrifico a mi rey (hasta el día de hoy me arrepiento de haber jugado tan mal). Ella procede a hablar. No me miente nunca.
-Si esperas a que te lo cante, podes seguir esperando.
En silencio veo como el cansado espadachín sede ante el uno de copas que muestra. Un viejo amigo me traiciona, pero no me importa. Arriba de la masacre me juega un seis de basto. No pensaba mantener mi silencio.
-Ya sabes como dicen, el amor y la guerra no caminan sobre rieles, todos morimos por igual. ¡Truco!
-Facundito, no ves que ya perdiste, vos solo perdiste en la primera mano, jugaste mal. Quiero re truco.
-El juego, querida, ya se terminó. Quiero vale cuatro.
-Quiero.
Triste y soberbio, juego mis antiguas victorias sobre la mesa, las copas fieles, luego las infieles.
Ella derramaba lágrimas de odio, descontrolada y en un ataque de pánico muestra el siete de oro, me abraza (yo a penas a toco) y me pregunta desesperada si voy a volver a jugar con ella.


Me voy de su casa y nunca más vuelvo a sentir.